En una era donde las series duran temporadas eternas y las películas parecen competir por quién alcanza las tres horas, algo curioso está pasando: cada vez más personas están buscando historias cortas, concretas y bien contadas. Las películas de 90 minutos están viviendo un inesperado regreso, y no es casualidad: podrían ser la respuesta cultural al agotamiento digital.
Menos es más (y tu cerebro lo agradece)
Después de un día saturado de pantallas, notificaciones y decisiones constantes, comprometerse con una película de casi tres horas puede sentirse como una carga más. En cambio, una historia contenida en 90 minutos ofrece descanso mental sin renunciar a la emoción, el arte o la narrativa. No necesitas quedarte despierto hasta la madrugada ni dividirla en partes como si fuera una serie: es entretenimiento compacto, claro y directo.
La magia del formato breve
Durante décadas, los 90 minutos fueron el estándar del cine comercial. No por limitaciones creativas, sino porque es una duración que responde al ritmo natural de atención humana. Hoy, en tiempos de ansiedad, burnout y scroll infinito, volver a ese formato tiene algo casi terapéutico. Es una forma de reconectar con el cine sin sentir que debes “hacerle espacio” en tu rutina.
Plataformas que lo saben
Netflix, MUBI, Filmin y Prime Video ya lo detectaron: cada vez recomiendan más películas breves en sus menús. Algunos ejemplos recientes incluyen:
- “Aftersun” (MUBI): sutil, nostálgica y de solo 96 minutos.
- “Cha Cha Real Smooth” (Apple TV+): una historia íntima y ligera de apenas 90 minutos.
- “Blue Jay” (Netflix): una conversación que se vuelve película en 80 minutos.
Todas ellas demuestran que no necesitas una épica de tres horas para tocar emociones profundas.
En medio de la fatiga digital y el culto a la productividad, las películas de 90 minutos ofrecen un espacio breve pero valioso para pausar, respirar y sentir. Porque a veces, lo mejor que puedes hacer por ti es ver algo que no te pida demasiado… y aun así lo dé todo.