Decir “me estoy cuidando” puede sonar poderoso. Pero a veces, detrás del autocuidado hay un silencio que pesa más de lo que libera.
En los últimos años, el autocuidado se ha vuelto una bandera personal y colectiva. Decir que estás tomando distancia, que necesitas espacio o que no puedes estar para otros porque estás priorizándote, ya no es mal visto: es un acto de empoderamiento. Pero hay momentos en los que ese autocuidado empieza a sentirse más como una excusa… o como una forma sutil de desconectarse del mundo.
¿Dónde termina el cuidado y empieza el aislamiento?
El límite es difuso. A veces nos alejamos porque realmente necesitamos silencio, descanso, contención interna. Pero otras veces, lo que llamamos autocuidado es en realidad evasión: nos encerramos, evitamos conversaciones incómodas, posponemos vínculos, y disfrazamos la soledad como independencia emocional.
¿Estamos sanando o simplemente escondiéndonos?
La cultura del “yo primero”
En una época marcada por el individualismo emocional, el autocuidado se ha transformado en una especie de regla tácita: primero yo, después yo, y luego yo. Y aunque poner límites es sano, también puede volverse una coraza.
No siempre es egoísmo, pero sí puede ser una forma de protegernos… a costa de los lazos que nos sostienen.
Señales de que algo no está del todo bien
- Evitas responder mensajes “porque te drenan”.
- Sientes alivio extremo al no tener que explicar cómo estás.
- Rechazas todo tipo de contacto incluso cuando lo necesitas.
- Te convences de que nadie puede entender lo que sientes.
El autocuidado se vuelve aislamiento cuando deja de nutrirte y empieza a vaciarte.
¿Cómo diferenciar uno del otro?
- El autocuidado te recarga. El aislamiento te desconecta.
- El autocuidado te prepara para volver. El aislamiento te aleja sin fecha.
- El autocuidado se siente amoroso. El aislamiento, muchas veces, se siente solitario.
No se trata de estar disponible siempre, sino de ser honesto contigo. ¿Estás huyendo o sosteniéndote?
Alejarse puede ser necesario. Pero también puede ser una llamada silenciosa que nadie escucha. El reto es mirar con honestidad lo que hay detrás de ese silencio. Porque a veces el autocuidado real no está en cerrarte, sino en saber cuándo —y con quién— volver a abrirte.