En la era de los hilos, los debates, los “hot takes” y los juicios instantáneos, quedarse en silencio parece casi un delito. Pero, ¿de verdad tenemos que opinar sobre todo?
Vivimos en una cultura hiperopinante. Cada trending topic exige una postura, cada tema viral parece una obligación moral de posicionamiento. Si no opinas, algo escondes. Si no posteas, no te importa. Si dudas, estás del lado equivocado. En este contexto, no tener una opinión clara se ha vuelto sospechoso.
Pero… ¿y si el silencio no es indiferencia? ¿Y si, a veces, simplemente no sabemos qué pensar?
La presión de opinar siempre
Las redes sociales han convertido cada noticia, polémica o evento global en un campo de batalla de opiniones. Y en muchos casos, las personas jóvenes —especialmente centennials— sienten que deben reaccionar de inmediato. Porque si no lo haces, “te quedas fuera de la conversación”.
El problema es que esta exigencia constante no siempre viene con el tiempo necesario para reflexionar, informarse o simplemente sentir.
Dudar también es político
En un mundo binario, la duda parece debilidad. Pero tal vez es lo contrario: dudar implica pensamiento crítico. Significa no tragar entero, no ceder a la inercia del algoritmo, no usar causas como accesorio de identidad sin comprenderlas a fondo.
No todo requiere opinión. Algunas cosas requieren escucha. Otras, estudio. Y muchas, solo tiempo.
¿Qué pasa cuando opinamos por presión?
- Repetimos discursos sin entenderlos.
- Cancelamos antes de comprender.
- Nos posicionamos para “pertenecer”, no por convicción.
- Nos agotamos emocionalmente intentando estar en todo.
Y eso, lejos de crear conciencia, crea saturación.
El valor de guardar silencio (a veces)
No opinar puede ser un acto de responsabilidad. No porque no te importe, sino porque entiendes que no tienes todas las respuestas. Porque reconoces tu límite. Porque decides priorizar la comprensión sobre la visibilidad.
En una cultura donde todo se dice rápido, pensar lento es un acto radical.
No opinar no te hace menos comprometido. Te hace más consciente de tus procesos. Y quizás, en un mundo que grita por atención, aprender a callar con intención sea una de las formas más honestas de participar.