Nos dicen que seamos auténticxs, independientes, “nuestra mejor versión”. Pero también que construyamos redes, comunidad, pertenencia. ¿Cómo se concilia todo esto sin perderse en el intento?
A la generación centennial se le exige mucho. Autonomía total, pero también conexión constante. Ser disruptivxs, pero respetar todas las normas del colectivo. Trabajar en uno mismo, pero aportar siempre a los demás. En medio de todo esto, surge una confusión silenciosa: ¿quién soy cuando todo el tiempo me piden ser muchas versiones distintas de mí?
El culto al “yo”
Vivimos en una época donde el desarrollo personal es casi una obligación. Libros, cursos, rutinas, hábitos… todo gira en torno al crecimiento individual. Se habla de “marcas personales”, de diferenciarse del resto, de vivir bajo tus propios términos. Y aunque esto suena liberador, muchas veces se convierte en aislamiento emocional.
El mensaje parece claro: “no necesitas a nadie, solo a ti”. Pero en el fondo, todos buscamos sentirnos parte de algo más grande.
El anhelo de comunidad
Frente al individualismo, también está el deseo de pertenecer. Buscamos grupos, causas, redes de apoyo, amistades profundas. Queremos estar rodeadxs de personas que nos entiendan, nos escuchen y compartan nuestras inquietudes. La paradoja es que muchas veces no sabemos cómo hacerlo sin sentir que estamos traicionando esa versión “autosuficiente” que se nos ha impuesto.
Y entonces surge la pregunta: ¿cómo construimos comunidad sin dejar de ser nosotros mismos?
El dilema centennial
- Creemos en el trabajo interior, pero necesitamos vínculos reales.
- Queremos independencia, pero a veces también que nos cuiden.
- Buscamos autenticidad, pero vivimos comparándonos con otros.
Este tira y afloja constante genera ansiedad, confusión y, muchas veces, una sensación de estar quedando mal con todo y con todos.
¿Es posible un equilibrio?
Sí, pero parte de reconocer que la contradicción también es parte de crecer. Ser individual no significa ser egoísta. Y formar parte de una comunidad no implica perderse. Se trata de habitar el punto medio: cuidarte sin cerrarte, abrirte sin disolverte.
La generación centennial no está perdida. Solo está buscando una forma distinta de vivir. Una que no repita viejos modelos, pero que tampoco ignore lo básico: que somos personas en relación. Y que el verdadero reto no es elegir entre el yo o el nosotros… sino aprender a ser ambos.