Cada vez que anuncian una nueva versión de una película clásica, internet se divide: hay emoción, sí, pero también una pregunta que no deja de aparecer —¿de verdad ya no hay ideas nuevas en el cine?

Desde Mean Girls hasta The Lion King, pasando por Dune, The Craft o The Matrix, Hollywood parece obsesionado con volver al pasado. Los reboots y remakes han tomado la cartelera y las plataformas de streaming, generando debates sobre nostalgia, negocio y creatividad.

¿Por qué hay tantos reboots y remakes?

La respuesta corta: porque funcionan. Las productoras saben que apelar a lo conocido disminuye el riesgo financiero. Si una historia ya tiene una base de fans, es más probable que genere ganancias. Además, en la era de los algoritmos, los estudios prefieren apostar por nombres reconocibles que por ideas completamente nuevas.

¿Es esto necesariamente malo?

Depende. Algunos reboots logran actualizar una historia con sensibilidad contemporánea, dándole nueva vida a personajes o situaciones que merecen reinterpretarse. Un ejemplo: West Side Story de Spielberg, que mantuvo la esencia del clásico, pero incorporó matices culturales más actuales.

Sin embargo, otros solo repiten fórmulas sin alma. Aquí es donde nace la fatiga del espectador: ver lo mismo con distinta estética, pero sin profundidad.

¿Y la originalidad?

A pesar de la saturación, siguen existiendo películas frescas que arriesgan, que cuentan historias diferentes o exploran nuevos formatos. La diferencia es que muchas veces estas producciones viven en el cine independiente o pasan desapercibidas en plataformas. La creatividad no ha muerto, solo que no siempre es tendencia.

Más que declarar el fin de la creatividad, el boom de reboots y remakes nos obliga a ser espectadores más críticos. ¿Queremos seguir viendo lo mismo con otra cara o apostar por lo que no conocemos? Quizá la clave no está en eliminar los remakes, sino en exigir que —al menos— tengan algo nuevo que decir.