Durante años, el discurso dominante en redes, podcasts y libros de autoayuda ha glorificado la figura del emprendedor como el epítome del éxito. Desde muy jóvenes, los centennials crecieron escuchando frases como “sé tu propio jefe”, “haz que tu pasión te pague” o “no trabajes por sueños ajenos”. Emprender se convirtió casi en una obligación moral, en un ideal aspiracional que prometía libertad, dinero y propósito.
Pero, ¿qué pasa cuando ese ideal no resuena contigo?
Decidir no emprender no es sinónimo de mediocridad. Es, de hecho, un acto de honestidad. No todas las personas encuentran plenitud en crear una empresa, lidiar con trámites fiscales o escalar un negocio. Para muchas, el bienestar radica en tener un trabajo estable, tiempo libre, salud mental y espacio para explorar intereses sin monetizarlos.
Además, el hustle culture —esa idea de trabajar sin descanso para “construir tu imperio”— ha demostrado ser agotadora. Ansiedad, burnout, aislamiento y presión constante son efectos secundarios frecuentes en quienes se sienten obligados a producir todo el tiempo. La romantización del cansancio dejó de tener sentido.
Hoy, cada vez más centennials cuestionan ese mandato. Aparecen voces que reivindican otras formas de éxito: tener horarios razonables, compartir tiempo con familia, dedicarse al arte sin buscar viralidad o simplemente no trabajar de más. No es una falta de ambición, es una reconfiguración de prioridades.
También hay que hablar de privilegios. Emprender no es igual de accesible para todos. Requiere capital, tiempo, red de contactos y una red de seguridad si todo falla. Ignorar esto perpetúa la falsa narrativa de que “si no emprendes es porque no quieres”. Y eso es profundamente injusto.
Revalorizar el trabajo asalariado digno, el oficio, la colaboración en equipo y hasta la pausa como elección consciente es parte de este nuevo mindset. No todos vinimos a construir startups. Algunos vinimos a cuidar, a enseñar, a curar, a crear sin vender. Y eso también vale.
Porque al final, la verdadera revolución no es tener mil ingresos pasivos: es tener el derecho de elegir qué vida queremos vivir, sin culpa ni etiquetas.