En los últimos años, ha crecido la preocupación por el futuro de las generaciones más jóvenes, especialmente en contextos donde las oportunidades laborales, educativas y sociales se ven limitadas por factores estructurales. En España y muchas partes del mundo, miles de jóvenes enfrentan un presente incierto: con estudios completos pero sin empleo estable, sin acceso a vivienda propia, y con una constante sensación de no pertenecer al sistema que heredaron.
Marginación estructural: una generación en pausa
Los datos lo confirman: el desempleo juvenil sigue siendo uno de los más altos en Europa, y la precariedad laboral afecta directamente su calidad de vida. Muchos jóvenes viven con contratos temporales, bajos salarios y escasa proyección de crecimiento profesional. Esta situación ha generado un sentimiento de marginación, donde la juventud se siente invisibilizada por las políticas públicas, ignorada en los discursos institucionales y utilizada como símbolo sin una representación real.
Además, el acceso a la vivienda ha empeorado. El precio del alquiler y las hipotecas ha crecido de forma desproporcionada en comparación con los ingresos de quienes comienzan su vida adulta, obligando a miles de jóvenes a postergar su independencia o volver a casa de sus padres.
Cultura, política y representación
Mientras tanto, en el ámbito cultural, debates como el generado por la obra El odio, de Luisgé Martín, visibilizan cómo la juventud se ha convertido también en el centro de tensiones ideológicas. ¿Quién representa a los jóvenes en la literatura, el arte o el debate público? ¿Se escucha realmente su voz?
En el plano político, figuras públicas y autoridades —como el caso de Mazón— generan desconfianza entre los más jóvenes, quienes ven la política tradicional como un espacio de privilegios y falta de rendición de cuentas. La exigencia de nuevas formas de liderazgo, más transparentes y responsables, es cada vez más fuerte.
Prevenir hoy para construir el mañana
La juventud también está conectada con las grandes causas sociales. La prevención de los incendios forestales, el cambio climático o la educación sexual integral no son temas ajenos para ellos: son prioridades. Pero sin apoyo institucional ni plataformas reales de participación, sus demandas suelen quedar en segundo plano.
Hablar de una juventud truncada es más que una metáfora: es una llamada de atención. Las generaciones actuales no necesitan condescendencia ni discursos vacíos, sino políticas reales que atiendan sus necesidades. Invertir en los jóvenes no es solo una cuestión de justicia, sino de sostenibilidad social. Porque no puede haber futuro sin una juventud que lo sienta como suyo.